La elección de Adolfo Nicolás como superior general de la Compañía de Jesús es una sorpresa a medias. No aparecía en las quinielas que más se manejaban, pero su designación era bien verosímil. Y es que la Compañía de Jesús mira cada vez más a Oriente, como San Francisco Javier hace más de 400 años. Si en las últimas décadas la presencia o la influencia de los jesuitas en Europa han disminuido considerablemente y en África o América Latina más o menos se han mantenido, en Asia no han dejado de crecer. La mayoría de los jóvenes jesuitas provienen de este continente y, en algunos países como India, la Compañía conforma una de las columnas vertebrales de la Iglesia católica. Desde este punto de vista, es lógica y hasta necesaria la elección del español Adolfo Nicolás, hasta ayer superior de los Provinciales jesuitas de Asia y Oceanía, como nuevo sucesor de Ignacio de Loyola.
El padre Nicolás no estaba en las quinielas que, inicialmente, se anunciaban. Su perfil era demasiado parecido al bilbaíno Pedro Arrupe, prepósito general de la Compañía de Jesús desde 1965 a 1983. Español como Arrupe, Nicolás había sido destinado varias décadas en Japón y era conocida su gran admiración por el vasco y por su labor al frente de la orden.
Es así que su elección, muchos pensábamos, podía disparar las alarmas en aquellos sectores eclesiales, y sobre todo en la Santa Sede, que siguen viendo en el generalato de Arrupe uno de los momentos más desorientados de la historia de la Compañía de Jesús, por sus divisiones internas, las deserciones de jesuitas, la caída de vocaciones y los enfrentamientos con la doctrina oficial. Pero todo esto no ha hecho mella en los delegados reunidos en la curia generalicia, a sólo unos pasos del Vaticano. Siguen detectando, razonablemente, mucha más claridad que oscuridad en la era Arrupe.
Y es que después del Concilio Vaticano II, la Compañía de Jesús -bajo el liderazgo de Arrupe- vivió, a pesar de todos los errores que se pudieron cometer, una de sus épocas más creativas y que mayor popularidad despertaron dentro y fuera de la Iglesia católica. Arrupe y jóvenes jesuitas de aquel entonces como Adolfo Nicolás comprendieron que su misión en el mundo de hoy les reclamaba, por encima de todo, unir la evangelización con la lucha por la justicia, dialogar abiertamente con todo tipo de culturas, ideologías y religiones. No quisieron modificar nada del carisma original de la Compañía de Jesús. Más bien al contrario, quisieron recuperar lo más inédito del mensaje y de la espiritualidad de Ignacio de Loyola.
No es de esperar que el generalato del padre Nicolás sea muy largo. Es posible que no se prolongue más de una década, ya que el nuevo líder de los jesuitas supera los 70 años. Que Benedicto XVI haya aceptado la dimisión del general Peter Hans Kolvenbach, a sus 79 años, por razones de edad crea ya un precedente para el futuro en un cargo tradicionalmente de carácter vitalicio. Ni Pablo VI ni Juan Pablo II quisieron saber nada de los deseos de dimisión de Arrupe, quien quería abandonar su cargo cuando ya superaba los 65 años, presuponiendo, el vasco, que un jesuita más joven estaría más preparado para gobernar la Compañía de Jesús.
En suma, un generalato no muy prolongado -como el que se espera que Nicolás protagonice- permitirá hacer más maniobrable un giro en el rumbo de la Compañía de Jesús en el caso de que, por el motivo que fuera, los jesuitas lo vieran necesario. Esto es, seguramente, lo que también ayer desearon prever y manifestar los electores. Frente a lo que algunos pensaban, que Adolfo Nicolás sea, comparativamente a la mayoría de los participantes en la Congregación General XXXV, uno de los jesuitas de mayor edad le ofrecía más posibilidades de ser elegido.
No sólo los jesuitas de todo el planeta han vivido expectantes la elección del nuevo prepósito general. Muchos laicos, que amamos a la Compañía de Jesús y contemplamos en ella -por su historia, su espiritualidad o su carisma- una de las plataformas de apostolado más atractivas y eficaces de la Iglesia católica, hemos seguido con gran interés este proceso de elección. Estoy seguro de que todos nos sentimos, a estas horas, muy satisfechos por su resultado. Sabíamos que los jesuitas electores pasaban horas retirados, sólo pudiendo conversar en pareja y alimentándose de bocadillos o fruta. Les hemos enviado cientos de correos electrónicos, ofreciéndoles nuestras oraciones y nuestros mejores deseos, que ellos han respondido con prontitud y gratitud.
Pero los jesuitas sólo han hecho los deberes a medias. Ahora tienen que elaborar los decretos que orientarán a la orden de cara a los próximos días. Esto les llevará unas cuantas semanas. Y el Papa Benedicto XVI les recibirá en audiencia. Son conocidas las disonancias entre Ratzinger y muchos jesuitas, en cuestión de teología, moral y formas de apostolado. Como consecuencia, se han vivido momentos muy tensos, y el último de ellos, con ocasión de las puntualizaciones que El Vaticano ha realizado a las obras del jesuita, de origen vasco, Jon Sobrino. También hace unos días, el Papa ha enviado una carta a los jesuitas interpelándoles a que se mantengan fieles al magisterio oficial.
Por otro lado, es bien conocido que el único jesuita que ha sido nombrado obispo de una diócesis española, Juan Antonio Martínez Camino, es uno de los que menos se ha identificado con el rumbo de la Compañía de Jesús en el presente. Precisamente, ayer mismo fue consagrado con el orden episcopal en Madrid. Otros jesuitas españoles siguen siendo censurados y alguno de ellos, es el caso de Juan Masiá, se ha visto obligado a abandonar su labor docente en la Universidad. Por cierto que Juan Masiá, experto en bioética, ha colaborado estrechamente en Japón con el nuevo general, Adolfo Nicolás. El padre Nicolás y la Compañía de Jesús saben de todo esto. Tienen libertad para diseñar su estrategia y sus prioridades de cara al futuro, pero saben que es imprescindible no crispar, por lo menos en exceso, ni a la Santa Sede ni a los obispos. Por este motivo, es casi tan importante tener mano izquierda como discernir a la luz de la espiritualidad ignaciana o contar con la asistencia del Espíritu Santo. De todas formas, los jesuitas son también maestros en astucia, como la historia ha demostrado y han reconocido, a su pesar, aquéllos que a lo largo de los siglos se declaraban sus enemigos. De momento, con la elección de Adolfo Nicolás nos han hecho saber que siguen siendo audaces.
El padre Nicolás no estaba en las quinielas que, inicialmente, se anunciaban. Su perfil era demasiado parecido al bilbaíno Pedro Arrupe, prepósito general de la Compañía de Jesús desde 1965 a 1983. Español como Arrupe, Nicolás había sido destinado varias décadas en Japón y era conocida su gran admiración por el vasco y por su labor al frente de la orden.
Es así que su elección, muchos pensábamos, podía disparar las alarmas en aquellos sectores eclesiales, y sobre todo en la Santa Sede, que siguen viendo en el generalato de Arrupe uno de los momentos más desorientados de la historia de la Compañía de Jesús, por sus divisiones internas, las deserciones de jesuitas, la caída de vocaciones y los enfrentamientos con la doctrina oficial. Pero todo esto no ha hecho mella en los delegados reunidos en la curia generalicia, a sólo unos pasos del Vaticano. Siguen detectando, razonablemente, mucha más claridad que oscuridad en la era Arrupe.
Y es que después del Concilio Vaticano II, la Compañía de Jesús -bajo el liderazgo de Arrupe- vivió, a pesar de todos los errores que se pudieron cometer, una de sus épocas más creativas y que mayor popularidad despertaron dentro y fuera de la Iglesia católica. Arrupe y jóvenes jesuitas de aquel entonces como Adolfo Nicolás comprendieron que su misión en el mundo de hoy les reclamaba, por encima de todo, unir la evangelización con la lucha por la justicia, dialogar abiertamente con todo tipo de culturas, ideologías y religiones. No quisieron modificar nada del carisma original de la Compañía de Jesús. Más bien al contrario, quisieron recuperar lo más inédito del mensaje y de la espiritualidad de Ignacio de Loyola.
No es de esperar que el generalato del padre Nicolás sea muy largo. Es posible que no se prolongue más de una década, ya que el nuevo líder de los jesuitas supera los 70 años. Que Benedicto XVI haya aceptado la dimisión del general Peter Hans Kolvenbach, a sus 79 años, por razones de edad crea ya un precedente para el futuro en un cargo tradicionalmente de carácter vitalicio. Ni Pablo VI ni Juan Pablo II quisieron saber nada de los deseos de dimisión de Arrupe, quien quería abandonar su cargo cuando ya superaba los 65 años, presuponiendo, el vasco, que un jesuita más joven estaría más preparado para gobernar la Compañía de Jesús.
En suma, un generalato no muy prolongado -como el que se espera que Nicolás protagonice- permitirá hacer más maniobrable un giro en el rumbo de la Compañía de Jesús en el caso de que, por el motivo que fuera, los jesuitas lo vieran necesario. Esto es, seguramente, lo que también ayer desearon prever y manifestar los electores. Frente a lo que algunos pensaban, que Adolfo Nicolás sea, comparativamente a la mayoría de los participantes en la Congregación General XXXV, uno de los jesuitas de mayor edad le ofrecía más posibilidades de ser elegido.
No sólo los jesuitas de todo el planeta han vivido expectantes la elección del nuevo prepósito general. Muchos laicos, que amamos a la Compañía de Jesús y contemplamos en ella -por su historia, su espiritualidad o su carisma- una de las plataformas de apostolado más atractivas y eficaces de la Iglesia católica, hemos seguido con gran interés este proceso de elección. Estoy seguro de que todos nos sentimos, a estas horas, muy satisfechos por su resultado. Sabíamos que los jesuitas electores pasaban horas retirados, sólo pudiendo conversar en pareja y alimentándose de bocadillos o fruta. Les hemos enviado cientos de correos electrónicos, ofreciéndoles nuestras oraciones y nuestros mejores deseos, que ellos han respondido con prontitud y gratitud.
Pero los jesuitas sólo han hecho los deberes a medias. Ahora tienen que elaborar los decretos que orientarán a la orden de cara a los próximos días. Esto les llevará unas cuantas semanas. Y el Papa Benedicto XVI les recibirá en audiencia. Son conocidas las disonancias entre Ratzinger y muchos jesuitas, en cuestión de teología, moral y formas de apostolado. Como consecuencia, se han vivido momentos muy tensos, y el último de ellos, con ocasión de las puntualizaciones que El Vaticano ha realizado a las obras del jesuita, de origen vasco, Jon Sobrino. También hace unos días, el Papa ha enviado una carta a los jesuitas interpelándoles a que se mantengan fieles al magisterio oficial.
Por otro lado, es bien conocido que el único jesuita que ha sido nombrado obispo de una diócesis española, Juan Antonio Martínez Camino, es uno de los que menos se ha identificado con el rumbo de la Compañía de Jesús en el presente. Precisamente, ayer mismo fue consagrado con el orden episcopal en Madrid. Otros jesuitas españoles siguen siendo censurados y alguno de ellos, es el caso de Juan Masiá, se ha visto obligado a abandonar su labor docente en la Universidad. Por cierto que Juan Masiá, experto en bioética, ha colaborado estrechamente en Japón con el nuevo general, Adolfo Nicolás. El padre Nicolás y la Compañía de Jesús saben de todo esto. Tienen libertad para diseñar su estrategia y sus prioridades de cara al futuro, pero saben que es imprescindible no crispar, por lo menos en exceso, ni a la Santa Sede ni a los obispos. Por este motivo, es casi tan importante tener mano izquierda como discernir a la luz de la espiritualidad ignaciana o contar con la asistencia del Espíritu Santo. De todas formas, los jesuitas son también maestros en astucia, como la historia ha demostrado y han reconocido, a su pesar, aquéllos que a lo largo de los siglos se declaraban sus enemigos. De momento, con la elección de Adolfo Nicolás nos han hecho saber que siguen siendo audaces.