En el corazón de cada creyente hay un ateo reprimido y en el de cada ateo hay un creyente anestesiado.
La religión organizada, como los partidos políticos, tiene sus tiranías. Sólo los usuarios convencidos están dispuestos a pagar el obligado peaje.
Los independentistas, cada vez más numerosos, huelen todos los perfumes y se apuntan a las nuevas espiritualidades y a las nuevas siglas.
Cobijados bajo el paraguas "We the people", los hombres, animales sociales, organizamos nuestro gregario vivir en un "nosotros" deshilachado y emocional.
Todas las sociedades hacen memoria de su pasado, desentierran sus raíces y se aglutinan en torno a un acontecimiento, un personaje, una fecha, un himno…
La religión, durante siglos, con sus fiestas, sus gestos y sus símbolos fue el pegamento que cohesionaba el "nosotros" en el acá y en el más allá.
La religión, no hablo de la de los cardenales y obispos, la "classic", tiene ahora como la coca-cola una versión light, comprensiva y compasiva, inspiradora y soñadora, abierta y perdonadora de todo y de todos.
Según Lipotevsky "el universo hiperbólico del consumo no ha sido la tumba de la religión, sino el instrumento de adaptación a la civilización moderna de la felicidad en la tierra".
Los católicos celebramos festivamente los grandes momentos de la vida: nacer, crecer, amar, morir… y comunitariamente honramos al santo patrón, paseamos pendones, bendecimos campos y revivimos un pasado sin futuro.
Los pueblos han muerto, pero las fiestas, el hombre está hecho para la fiesta, resucitan con nuevos ritos y ritmos. Los pueblos se hacen pueblo el día de la fiesta.
Los ateos, los que sólo miran al cielo para maldecirlo y sólo pisan la iglesia el día de la fiesta, y los ateos con carnet y según el libro no quieren tirar todo por la borda. Tienen también su parcelita espiritual y participan en acontecimientos religiosos, no intelectualmente -no fe- pero sí emocionalmente -sí corazón-. Hacen de padrinos, de testigos, de espectadores… Y es que "el corazón tiene razones que la razón no comprende", dice Pascal.
Muchos ateos viven la religión como cultura, herencia de la sangre, sin trascendencia, sin dioses, y como vínculo con un "nosotros" afectivo y emocional. Otros ateos clonan la religión con sus ritos alternativos. Su página, secular-celebrations.com ofrece múltiples recetas remedando las celebraciones religiosas.
En sus viajes a New York, ciudad imán para comerciantes, artistas y curiosos, deberían incluir una visita al Tompkins Square Park, en Alphabet City.
Allí podrían presenciar la boda de una pareja de perros celebrada con un cuidado y rico ritual, con arco de flores, testigos y reverendo incluido en el recinto sólo para perros. Los ateos creen que los animales son también amantes de la religión "New Age" y de un cielo sólo azul y nosotros también por eso los rociamos con agua bendita el día de San Antonio.
La religión organizada, como los partidos políticos, tiene sus tiranías. Sólo los usuarios convencidos están dispuestos a pagar el obligado peaje.
Los independentistas, cada vez más numerosos, huelen todos los perfumes y se apuntan a las nuevas espiritualidades y a las nuevas siglas.
Cobijados bajo el paraguas "We the people", los hombres, animales sociales, organizamos nuestro gregario vivir en un "nosotros" deshilachado y emocional.
Todas las sociedades hacen memoria de su pasado, desentierran sus raíces y se aglutinan en torno a un acontecimiento, un personaje, una fecha, un himno…
La religión, durante siglos, con sus fiestas, sus gestos y sus símbolos fue el pegamento que cohesionaba el "nosotros" en el acá y en el más allá.
La religión, no hablo de la de los cardenales y obispos, la "classic", tiene ahora como la coca-cola una versión light, comprensiva y compasiva, inspiradora y soñadora, abierta y perdonadora de todo y de todos.
Según Lipotevsky "el universo hiperbólico del consumo no ha sido la tumba de la religión, sino el instrumento de adaptación a la civilización moderna de la felicidad en la tierra".
Los católicos celebramos festivamente los grandes momentos de la vida: nacer, crecer, amar, morir… y comunitariamente honramos al santo patrón, paseamos pendones, bendecimos campos y revivimos un pasado sin futuro.
Los pueblos han muerto, pero las fiestas, el hombre está hecho para la fiesta, resucitan con nuevos ritos y ritmos. Los pueblos se hacen pueblo el día de la fiesta.
Los ateos, los que sólo miran al cielo para maldecirlo y sólo pisan la iglesia el día de la fiesta, y los ateos con carnet y según el libro no quieren tirar todo por la borda. Tienen también su parcelita espiritual y participan en acontecimientos religiosos, no intelectualmente -no fe- pero sí emocionalmente -sí corazón-. Hacen de padrinos, de testigos, de espectadores… Y es que "el corazón tiene razones que la razón no comprende", dice Pascal.
Muchos ateos viven la religión como cultura, herencia de la sangre, sin trascendencia, sin dioses, y como vínculo con un "nosotros" afectivo y emocional. Otros ateos clonan la religión con sus ritos alternativos. Su página, secular-celebrations.com ofrece múltiples recetas remedando las celebraciones religiosas.
En sus viajes a New York, ciudad imán para comerciantes, artistas y curiosos, deberían incluir una visita al Tompkins Square Park, en Alphabet City.
Allí podrían presenciar la boda de una pareja de perros celebrada con un cuidado y rico ritual, con arco de flores, testigos y reverendo incluido en el recinto sólo para perros. Los ateos creen que los animales son también amantes de la religión "New Age" y de un cielo sólo azul y nosotros también por eso los rociamos con agua bendita el día de San Antonio.
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