El catolicismo nunca ha sido neutral en España. Fue uno de los bastiones más reaccionarios durante la II República, hizo todo lo posible por torpedearla y derribarla, y apuntaló la dictadura.
Una de las cosas más llamativas en los comienzos del 2008 es que parece estar aumentando el tamaño de las tragaderas de la ciudadanía. De hecho, nos las prometíamos felices, entre los 210 euros para que los jóvenes alquilen viviendas o los 2.500 euros por nuevo hijo venido al mundo. El Gobierno de Rodríguez Zapatero y el Partido Socialista habían demostrado sin paliativos su valentía haciendo efectivas leyes como la de Dependencia, matrimonio homosexual o contra la violencia de género. Pero llevamos una temporada en que la rosa parece marchitarse y el puño que la porta está algo tembloroso por querer quedar bien ante unos señores con sotana que llevan en el cogote una minúscula boina de color chillón, y que se hacen llamar obispos.
A MODO DE ejemplo, hay muchas personas que desean una muerte digna, en cualquier circunstancia, puesto que son libres, pero especialmente en situaciones penosas, terminales o que conlleven una dependencia indeseada. Esas personas tienen derecho a una muerte digna, lúcida, libre y responsable, y por eso están a favor de la eutanasia, regulada por ley.
Sin embargo, el Partido Socialista parece que ha sacado este asunto de su próximo programa electoral: no quiere perder un solo voto por enfrentamientos con el catolicismo, aunque sea a costa del desencanto, el estupor o incluso la indignación de muchos de esos ciudadanos.
Muchas son también las mujeres y los hombres que quieren la ampliación de los supuestos de despenalización del aborto y el establecimiento de una ley de plazos, para evitar así abusos y penalidades para las mujeres que libre y voluntariamente deciden abortar.
Sin embargo, el Partido Socialista parece que ahora no quiere molestar a una institución pública religiosa, conocida como Iglesia Católica. Sus jerarcas, en una retahíla de simplezas capciosas, dicen ser los verdaderos defensores de la vida, como si hubiese alguien que estuviese en contra de ella, como si las mujeres que abortan disfrutasen con ello, y en cualquier caso desconociendo qué y cómo son sus vidas, o ignorando que la vida humana es mucho más que respirar, comer y defecar. Debido a ello, muchos son los hombres y las mujeres que se preguntan cuándo habrá en España algo parecido al artículo 2° de la Constitución de la República Francesa ("Francia es una república indivisible, laica, democrática y social").
Desde hace mucho tiempo, nos están vendiendo la moto de que llegará un día en que se dedicará definitivamente el 0,7% del PIB nacional a ayudas para el desarrollo del Tercer Mundo, como si se tratase de una empresa intrincada y alcanzable solo a largo plazo.
Sin embargo, el Gobierno actual ha subido de un plumazo el coeficiente del IRPF para la Iglesia Católica de un 0,5% a un 0,7%, y ha establecido una subida de un 34% más en el dinero que aporta el Estado español para el sostenimiento del clero y culto católicos.
Pues bien, en un alarde de masoquismo sin precedentes y en pago a tales concesiones, el Gobierno actual ha podido contemplar hace escasos días cómo la jerarquía católica monta un mitin un domingo y se pone a denunciar la política social del Gobierno como antidemocrática y contraria a los derechos humanos.
El catolicismo nunca ha sido neutral en España. Fue uno de los bastiones más reaccionarios durante la II República, e hizo todo lo posible por torpedearla y derribarla. Apuntaló la dictadura franquista, surtió de ideología fofa y barroca al nacionalcatolicismo y se sintió plenamente identificado con sus principios y su feroz represión.
Llegada la democracia, clamó contra Adolfo Suárez por legalizar el divorcio y contra Felipe González por una suave despenalización del aborto o por osar tocar el sistema educativo donde secularmente el clero mantenía sus privilegios y prebendas.
EN LOS ÚLTIMOS cuatro años, ha bramado desde la calle y sus púlpitos mediáticos contra la política de Rodríguez Zapatero. Sin embargo, todo fue silencio y bendiciones cuando gobernaba el Partido Popular. El catolicismo español no solo apoya a la derecha, sino que él mismo constituye la derecha más reaccionaria.
Lo que pretende identificar como laicismo y anticlericalismo es, en realidad, una defensa limpia de los valores democráticos, de la ley civil y de la estricta igualdad en derechos y obligaciones de todos los ciudadanos.
El Gobierno actual y el PSOE debería dejarse definitivamente de zarandajas, y denunciar los Acuerdos vigentes entre el Estado Español y el Estado del Vaticano. De paso, así como hay cursos de reeducación vial para que los conductores sancionados puedan recuperar puntos o el propio permiso de conducir, de igual forma algunos jerarcas del catolicismo español deberían asistir a un curso intensivo de Educación para la Ciudadanía.
Antonio Aramayona, Profesor de Filosofía.
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